26.3.05

 

He inventado una nueva clase de poesía

He inventado una nueva clase de poesía, una "poesía sin palabras" o poesía fonética, en la que el equilibrio de las vocales se pondera y reparte sólo según el valor de la secuencia inicial. Esta noche he leído los primeros versos de este tipo. Para ello me había construido un traje especial. Mis piernas estaban en una columna de cartón azul brillante que me ceñía por la cadera, de manera que hasta allí tenía el aspecto de un obelisco. Por encima llevaba una esclavina gigantesca recortada en cartón, por dentro forrada de púrpura y por fuera de oro, y sujeta al cuello de tal modo que subiendo y bajando los codos podía moverla como si fueran alas. A esto se unía un sombrero de chamán en forma de chistera alta de rayas azules y blancas.

Había instalado atriles en los tres lados de la tarima frente al público y coloqué en ellos mi texto escrito con lápiz rojo, oficiando tan pronto en uno como en otro atril. Tzara sabía de mis preparativos, así que hubo un pequeño estreno auténtico. Todos tenían curiosidad. Como no podía caminar vestido de columna, me hice llevar a la tarima en la oscuridad y comencé lento y solemne:

gadji beri bimba

glandridi lauli lonni cadori

gadjama bim beri glassala

glandridi glassala tuffm i zimbrabim

blassa galassasa tuffm i zimbrabim...

Los acentos se hicieron más pesados, el énfasis aumentó a medida que se agudizaban las consonantes. Muy pronto me di cuenta de que mis medios de expresión, si quería seguir siendo serio (y lo quería a toda costa), no iban a estar a la altura de la pompa de mi escenificación. Entre el público vi a Brupbacher, Jelmoli, Laban, la señora Wiegman. Tuve miedo de hacer el ridículo y me sobrepuse. Había terminado de leer en el atril de la derecha la Canción de Labada a las nubes y en el de la izquierda, la Caravana de elefantes, y me volví de nuevo al del centro, batiendo laborioso las alas. Las difíciles series de vocales y el ritmo pesado de los elefantes me habían permitido una última subida, pero ¿cómo iba a llegar al final? Entonces me di cuenta de que mi voz, a la que no le quedaba otra salida, adoptaba la vieja cadencia del lamento sacerdotal, aquel estilo de la misa cantada que gime en las iglesias católicas de oriente y occidente.

No sé qué fue lo que me inspiró esta música, pero empecé a cantar mis series de vocales de forma recitativa en estilo eclesiástico e intenté no sólo parecer serio, sino obligarme a mí mismo a estarlo. Por un momento me pareció como si en mi máscara cubista apareciera un rostro de niño pálido y aturdido, esa cara mitad asustada y mitad curiosa de un chico de diez años que en las misas de difuntos y en los oficios solemnes de su parroquia pende, tembloroso y anhelante, de la boca del sacerdote. Entonces se apagó, como yo había indicado, la luz eléctrica, y me bajaron de la tarima al escotillón cubierto de sudor como un obispo mágico.

24-VI

Antes de los versos había leído algunas frases programáticas: con este tipo de poemas fonéticos se renuncia de forma global a la lengua arruinada y corrompida por el periodismo. Se retrocede a la alquimia interior de la palabra, se renuncia también incluso a la palabra y se preserva así a la poesía su último espacio más sagrado. Se renuncia a hacer poesía de segunda mano, a adoptar palabras (por no hablar de frases) que no se acaban de inventar, flamantes, para uso propio. Ya no se desea alcanzar el efecto poético con medios que al fin y al cabo no son más que el reflejo de intuiciones de ideas ofrecidas furtivamente y ricas en ingenio, no en imágenes.

Hugo Ball: Die Flucht aus der Zeit( fragmento ).


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